Una crítica budista al patriarcado

por Sofía Bengoetxea

Guan Yin, nombre dado en China a la figura femenina de Avalokitesvara, bodhisattva de la compasión.

La humanidad vive en sociedades de carácter patriarcal. Poco importa el nivel tecnológico y científico de dichas sociedades, su producto interior bruto, clima o situación geográfica, ni tampoco se salvan por el régimen político imperante, el marco legal vigente o las creencias religiosas de su población, las mujeres que en ellas viven sufren discriminación, en mayor o menor grado, por el hecho de serlo.

El patriarcado puede definirse como un sistema de dominio institucionalizado que mantiene la subordinación e invisibilización de las mujeres y de todo aquello considerado como ‘femenino’, con respecto a los varones y a lo ‘masculino’, creando así una situación de desigualdad estructural basada en la pertenencia a determinado ‘sexo biológico’.

El dominio del orden social por los varones, que se manifiesta de innumerables formas, crea un estado de cosas que configura, al margen de las mujeres, todos los aspectos de su existencia, a través de una violencia tanto simbólica como física que convierte la situación de subordinación en algo natural.

Hace ya más de 160 años que la denuncia de las desigualdades y de las violencias con que se mantienen, la crítica hacia las estructuras sociales y productivas que las generan y el cuestionamiento del marco ideológico que las justifican, conforma una corriente de pensamiento y acción conocida como feminismo.

Feminismo es aquella tradición política, igualitaria y democrática, que mantiene que ningún individuo de la especie humana debe ser excluido de cualquier bien y de ningún derecho a causa de su sexo. Es por la realización efectiva en todos los órdenes de la vida del derecho humano a la igualdad de la mujer y el hombre que el movimiento feminista reclama. Exige para las mujeres iguales libertades que para los hombres y busca eliminar la dominación y violencia de los varones sobre las mujeres.

Aunque podrían citarse muchísimas fuentes que ofrecieran testimonio de la situación injusta en que las mujeres viven, aunque hay más aspectos en que nuestros derechos son limitados, pienso que en este artículo no son necesarios mencionarlos para quien sea capaz de ver la situación de las mujeres sin aferrarse a ideas preconcebidas, sin apego a los privilegios ni tomar partido, simplemente con una mirada compasiva y empática.

Quien lo haga verá que toda discriminación origina sufrimiento en quien la padece. Puede que tras milenios de sufrirla, que maquillada y justificada como algo natural sea aceptada y forme parte de la vida cotidiana, no cuestionada, intangible, como la enfermedad o el mal tiempo. Pero esa mirada mostrará que en toda mujer hay un fondo de dolor por padecerla, que se hace palpable en las muchas ocasiones en que los privilegios masculinos nos son impuestos.

Ilustración de Sofía Bengoetxea

Todas sabemos lo que se siente cuando eso sucede, unas lo aceptaran con resignación, habrá quien lo somatice, quien se indigne o rebele, pero ninguna dejará de sentir dukkha.

Como budistas, ¿podemos cerrar los ojos ante el sufrimiento? Sabemos que injusticias y violencias son parte del modo de vida en que estamos inmersos, si miramos hacia otro lado no solo seguirán reproduciéndose, sino que el sufrimiento también nos alcanzará.

Solo la mente nublada por la ignorancia nos impide reconocer las causas de este sufrimiento, vivimos en sociedades que reproducen e inculcan valores que obscurecen la comprensión de que obramos produciendo dolor en beneficio de una parte:

  • La misoginia, la consideración de la mujer como ser inferior, la idea de la superioridad física e intelectual del hombre, la negación de la igualdad de capacidades, esa concepción androcéntrica de la sociedad, tienen sus raíces en la aversión (dvesha) y parten de la idea de que las categorías hombre y mujer tienen existencia por sí mismas y no contemplan la interrelación entre ellas.
    Esa doble jornada en que el esfuerzo por ganarse la vida termina para los varones con la jornada laboral mientras para las mujeres continúa con el cuidado de la familia, significa la apropiación del trabajo de las mujeres en pos del deseo de una vida más cómoda (thina). La brecha salarial en los salarios medios de las mujeres no es sino el reflejo de la avidez (raga) de riqueza de un modelo económico basado en la expoliación.
  • El deseo del placer sexual (lobha) como una prerrogativa masculina en que su satisfacción es el eje central de la sexualidad, donde la mujer convertida en objeto a su servicio conlleva la alienación de la sexualidad femenina, origina una doble moral y modula la forma en que se conciben los cuerpos.
  • La violencia machista, no solo en sus formas más crueles: la violación y el asesinato, sino también el maltrato y la agresión física y psicológica, en el acoso sexual y todas las formas de imposición por la fuerza de la voluntad masculina, esconde el deseo profundo de causar daño, el odio (desa).

Para el Budismo, la dualidad hombre/mujer, más concretamente las discriminaciones en función del género, debería ser algo a rechazar, ya que ningún género tiene una existencia intrínseca e independiente, la naturaleza primordial de los fenómenos trasciende la noción de sujeto. Si nuestro modo de vida causa dolor es porque concebimos las relaciones entre géneros sin reconocer que dicha dualidad implica desigualdad. Esta separación entre los derechos de hombres y mujeres no refleja la interrelación entre ambos géneros, nace de la ignorancia y genera sufrimiento.

Pero cuando la realidad mundana se impone a la teoría, perdemos de vista esta unidad: podemos reconocer en la ideología patriarcal todas las corrupciones mentales (klesas) que envenenan e impiden una manera de vivir justa e igualitaria. El patriarcado niega la interrelación absoluta entre mujeres y hombres, y anula la capacidad de sentir compasión y solidaridad frente a las discriminaciones.

Para Rita M. Gross el budismo representa una tradición histórica que en su origen tuvo esa mirada compasiva:

“Históricamente, al budismo le va mejor que a muchas otras tradiciones religiosas en la relativa falta de misoginia, en las actitudes patriarcales o en los valores sobre las mujeres. […] Argumentos budistas clásicos contra la jerarquía de género, hechas casi dos milenios atrás, argumentan que, dado que todas las categorías son vacías de significado intrínseco, las mujeres no pueden ser marginadas porque podrían entender y manifestar los más altos objetivos del budismo1

También opina que el budismo proporciona un marco ideológico favorable a la no discriminación:

“Ninguna de las doctrinas mayores o menores que alguna vez articularon la perspectiva específicamente budista, para mi conocimiento, han sido llamadas para servir de justificación la dominación masculina2

Ilustración de Sofía Bengoetxea

El budismo reclama la necesidad de un modo de vida que se abstenga de causar daño y aboga por una conducta ética (sila) en la que nuestras acciones sean justas (karmanta). No podemos escondernos detrás de la tradición, sino que es nuestro karma: transformar las relaciones de género para que no generen dukkha.

Más allá de la denuncia de las violencias, de la reivindicación de un modelo social que no sea estructuralmente discriminante, de los cambios legales y políticos que mejoren las condiciones de vida de las mujeres, tiene que existir también un camino personal que lleve a las mujeres hacia una comprensión clara y desapasionada de la discriminación de género y a los hombres entender las consecuencias de sus privilegios.

No podemos hacer un juicio de valor que nos diga que condene el patriarcado ni al machismo y ensalce el feminismo porque reproducimos esa dualidad que discrimina sin tener en cuenta la totalidad de los fenómenos que configuran el conjunto de relaciones sociales entre mujeres y hombres. Sin embargo la existencia del sufrimiento se nos revela como un criterio inapelable de actuación, las causas del dolor y quien y como lo padece han sido establecidas con claridad y solo cabe recordar las palabras de Tara:

«Son muchos los que quieren alcanzar la iluminación suprema en un cuerpo de hombre, pero pocos los que desean obrar por el bien de todos los seres en un cuerpo de mujer. Hasta que este mundo quede vacío, yo velaré por el beneficio de todos los seres conscientes, en un cuerpo de mujer»3

Un enfoque contemporáneo del Dharma no puede obviar este problema . Un budismo con los pies en el siglo XXI debe incluir en su definición de práctica una perspectiva de género encaminada a modificar las causas del sufrimiento.
Todo el Óctuple Sendero puede ser leído en clave de género y proporcionar un código de conducta no-patriarcal. Mediante una vida ética y consciente podemos ayudar a nuestra sociedad a transitar de un modelo basado en la avaricia y la posesión a otro en que la igualdad y la acción compasiva sean los valores más profundos.

i. Comprensión correcta: hace referencia a la asimilación profunda de la existencia de la discriminación de genero, las desigualdades en los derechos, de las diferentes formas de violencia contra las mujeres; a la comprensión de sus causas y que como todo aquello que surge debe cesar también el patriarcado desaparecerá.
ii. Intención correcta: es la aspiración a una sociedad sin discriminación de género. Buda destacó tres intenciones, actitudes o formas de pensar que causan sufrimiento: la lujuria, la mala voluntad y la crueldad (kāma, vyapada y himsa). Por tanto manifestamos nuestra intención de establecer relaciones afectivas y vivir nuestra sexualidad de forma no posesiva (la mujer como un objeto para satisfacer las necesidades de los hombres), sin querer aprovecharnos del esfuerzo de las mujeres (“ya fregará ella que para eso es mi mujer”) ni el uso de la fuerza como forma de conseguir acatamiento y sumisión.
iii. Habla correcta, en tanto que el lenguaje refleja la conceptualización de la realidad en nuestra mente, necesitamos emplear un lenguaje inclusivo que no ponga al hombre como medida de todas las cosas (hombre para referirse a toda la humanidad o padres para hablar de padres y madres, por ejemplo). Que elimine el uso del femenino en expresiones despectivas (“ser una nenaza”, “un coñazo”, “hijo de puta”).
iv. Acción correcta es cultivar una conducta moral honorable y pacífica, basada en:
Protección y respeto por la vida, renunciado a la violencia como forma de imposición de la voluntad del hombre sobre la mujer.
Renuncia a la manipulación de otros para nuestra satisfacción, con conductas sexuales y de relación que causen daño o sean asimétricas en los derechos y obligaciones de las partes que forman la relación.

v. Modo de vida correcto es la renuncia a la división del trabajo en función del género como forma de apropiación del esfuerzo de las mujeres para garantizar la subsistencia familiar, rehuyendo la explotación de la mujer.
Plantea la necesidad de que el esfuerzo de las tareas domésticas del cuidado de hijas/os y personas dependientes recaiga tanto sobre hombres como mujeres por igual y que ambos puedan dedicar su tiempo tanto al trabajo remunerado como al personal y doméstico.
También implica cambiar la dicotomía pública/privada, donde el espacio público es un espacio para los hombres y el espacio privado para mujeres.
vi. Atención Plena nos habla de cómo hay que tener la mente consciente en el momento presente para darnos cuenta de que recurrimos a patrones de comportamiento sexista interiorizados. El patriarcado se sostiene también a través de la socialización, proceso a través del cual los individuos aprenden e interiorizan las normas y los valores de su entorno.
vii. Esfuerzo correcto en reconocer la forma en que la mente se aferra a aquello que justifica la injusticia y la desigualdad, en desarrollar esa visión clara y empática en la que fundamentar acciones justas y no discriminatorias.
viii. Concentración correcta para que la meditación realimente un comportamiento ético y respetuoso.

Lo que el budismo nos enseña sobre el sufrimiento nos permite darnos cuenta de que los seres humanos no dejarán de padecer en una sociedad post-patriarcal, pero, en todo caso, ya no recaerá exclusivamente en las mujeres ni será ocasionado por su discriminación.


NOTAS:

  1. Buddhism After Patriarchy: A Feminist History, Analysis, and Reconstruction of Buddhism. Rita M. Gross, White Lotus Press, Delhi, 1995.

2. Ibidem.

3. «Tara, la primera feminista» por Lama Tsultrim Allione