«Tara, la primera feminista» por Lama Tsultrim Allione (Traducido por Sakyadhita Spain)

 «Tara Verde sentada», siglos XVII–XVIII. Museo Metropolitano de Nueva York. Disponible para propósitos académicos según los términos OASC.

Lo primero que me viene a la mente cuando pienso en mujeres y budismo es el juramento de Tara. Esta historia, que describe perfectamente nuestra situación tanto pasada como presente, se originó cuando el budismo Mahayana y el tantra comenzaban a unirse, dando lugar a lo que más adelante se conocería en la India como Vajrayana.  Es un relato muy representativo dentro de una serie de narraciones que aparecieron con posterioridad y que hablan de poderosas mujeres que supieron hacerse valorar dentro del budismo. Muchas de ellas, surgidas en la India en torno al 700–800 e. c., nos dan una idea de lo que estaba ocurriendo en aquel momento tanto desde el punto vista social, dentro de la cultura, como con respecto al propio desarrollo del Vajrayana. Es decir, durante ese período y por primera vez en la historia del budismo, las mujeres fueron maestras de los hombres. Así mismo, también aparecieron las primeras budas y el principio femenino de sabiduría, el cual había comenzado a tomar forma con Prajnaparamita, «Madre de todos y todas las Budas», en el período Mahayana. La historia cuenta que Tara era una princesa llamada «Luna de sabiduría», muy entregada al dharma y que practicaba la meditación profunda. Cuando estaba a punto de alcanzar la iluminación para el beneficio de todos los seres, un monje se le acercó y le dijo que era una lástima que hubiera renacido en un cuerpo de mujer, pues tendría que regresar como hombre antes de poder iluminarse. La princesa, demostrando su comprensión de la vacuidad y la verdad absoluta, le respondió con brillantez: «Aquí no existe el hombre, ni existe la mujer; no existe el yo, la persona, ni la conciencia; es vano calificar de “masculino” o “femenino”. Oh, cómo se engañan a sí mismos los necios mundanos». Taranatha, Origen del Tantra de Tara (Origin of the Tara Tantra).

Entonces, la princesa continuó hablando y pronunció este juramento: «Son muchos los que quieren alcanzar la iluminación suprema en un cuerpo de hombre, pero pocos los que desean obrar por el bien de todos los seres en un cuerpo de mujer. Hasta que este mundo quede vacío, yo velaré por el beneficio de todos los seres conscientes, en un cuerpo de mujer».

Desde aquel entonces, la princesa se dedicó enteramente a la búsqueda de la completa iluminación y, una vez cumplió su objetivo, fue conocida como Tara, la Liberadora. Es por este motivo que me gusta decir que Tara fue la primera «feminista», y que Tara la Verde es la líder espiritual del Partido Verde, guardiana del bosque, que obra con prontitud y es compasiva, que tiene un pie en este mundo y otro en la meditación; el punto donde nos hallamos muchas personas.

Como budista, no pienso en mí misma en función de mi género, trato de evitar tales concepciones y reposar en el fundamento del ser, el auténtico estado de vacuidad nonata e incesantemente luminosa. No obstante, también me he unido al compromiso de hacer resurgir la sagrada forma femenina en la tradición budista, y no veo ningún conflicto o disonancia entre ambos enfoques. Dicho compromiso se ha materializado en Tara Mandala, un centro de retiro en el sur de Colorado. Allí hemos construido un templo mandala de tres pisos dedicado a las veintiuna Taras que representan todos los diversos aspectos de la iluminación femenina. Su interior alberga estatuas doradas de las mismas, hechas a tamaño natural y situadas en círculo en la planta baja; de forma parecida a los antiguos templos de diosas de la India.

Al proceder de una familia de mujeres que lograron sus metas y que fueron respetadas y valoradas como cualquier hombre, nunca tuve la sensación de que hubiese algo que una mujer no pudiera o no debiera hacer. Así que, cuando comencé a estudiar con los tibetanos en 1967, no tenía especial conciencia sobre los prejuicios derivados del género. En febrero de 1970, después de haber sido ordenada en Bodhgaya, por Su Santidad el Decimosexto Karmapa, comencé mi vida como monja budista. Durante muchos años viví feliz, ignorando las desigualdades históricas entre monjes y monjas, debido a la falta de traducciones disponibles.

Yo había sido ordenada sramanerika (getsulma en tibetano) o novicia, con sólo 36 votos, y no supe hasta más adelante que Buda había establecido normas adicionales de disciplina para la ordenación completa de una mujer. Según algunas tradiciones del Vinaya, existen 311 votos para ordenar íntegramente a mujeres bhiskunis o gelongma, en contraste con los 227 votos de los hombres que se convierten en bhikshush. Muchos de estos votos adicionales tienen que ver con la subordinación de las mujeres respecto a los hombres.

Según los relatos en el Vinaya, Buda Gautama se negó a admitir a mujeres en la orden monástica en varias ocasiones, aunque terminó por acceder debido a las constantes peticiones de su madrastra Mahaprajapati, así como a la fuerte intervención de su primo Ananda en favor de ésta. Mahaprajapati no era una mujer cualquiera que quisiera convertirse en monja, era su tía, la persona que le había cuidado desde que su madre muriera poco después de nacer él. Se dice que cuando Buda abrió la sangha a las mujeres, hizo que estuvieran subordinadas a los monjes y que su ordenación fuera más complicada. Además, presuntamente, también predijo que admitirlas en la sangha acortaría quinientos años la vida de la misma. No obstante, no se conoce con certeza si estas narraciones son históricamente ciertas o si han sido escritas por monjes patriarcales y androcéntricos, como sugieren algunos y algunas expertas.

En favor de los maestros que tuve durante mis primeros pasos como monja, diré que en ningún momento percibí tendencia misógina alguna y estaba totalmente segura de que llegaría a tener acceso completo a las enseñanzas en cuanto estuviera preparada para dar el siguiente paso. Mi primer despertar al sexismo dentro del budismo llegó cuando, en 1973, asistí una serie de iniciaciones de tres meses, dirigida por Dilgo Khyentse Riponché, en Tashi Jong, cerca de Dharamsala. Cuando Ani Jinpa, una monja holandesa, y yo estábamos buscando un sitio para sentarnos, nos ordenaron tomar asiento detrás de todos los monjes, incluyendo a los pequeños e inquietos monjes de seis años que aún no sabían leer. En aquel momento, me sentí decepcionada con la religión que acababa de adoptar. Durante tres meses, nos sentamos en la parte de atrás del templo, apretujadas entre los pequeños monjes y el incesante parloteo de los laicos que estaban rodeados de sus hijos; lo cierto es que este hecho me hizo pensar.

Ese mismo año decidí quitarme el hábito, no a causa del sexismo que observé dentro del budismo, sino debido a que no veía un futuro para mí como monja; yo era, de hecho, la única monja budista de la tradición tibetana en toda América, donde trataba de vivir y estudiar con Chögyam Trungpa. Llegado cierto momento, le pedí un texto relacionado con el principio femenino en el budismo y él me entregó un volumen tibetano sobre Prajnaparamita. Nunca llegué a sacarle partido a este libro, pues en seguida me convertí en madre de tres hijos.

Comencé a estar realmente interesada en buscar historias sobre mujeres dentro del budismo tras perder a mi hija Chiara, en la primavera de 1980. Era la melliza de Constanzo y falleció con dos meses a causa del síndrome de muerte súbita del lactante. Tras su muerte, sentí la profunda necesidad de encontrar historias sobre mujeres dentro de mi tradición, de conocer sus vidas; las biografías de hombres no me servían de ayuda. Apenas pude encontrar ninguna, y en las pocas referencias que hallé dentro de Los cien mil cantos de Milarepa (The Hundred Thousand Songs of Milarepa), leí cosas que me negué a creer. Como, por ejemplo: «Debido a mi karma impío, me fue entregado este cuerpo inferior de mujer».

Lama Tsultrim Allione junto a sus hijas Sherab y Aloka en 1978.

En 1981, viajé a la India y Nepal en busca de biografías de ilustres mujeres del Tíbet que fueran practicantes del budismo, y esta investigación condujo a mi primer libro: Mujeres de sabiduría (Women of Wisdom). Mientras lo escribía, recorrí ambos países preguntando sobre historias de mujeres iluminadas. Un día, al observar la cara perpleja de un monje tras escuchar mi petición, le expliqué con más detalle qué era exactamente lo que estaba buscando, a lo que me contesto: «Ah, ya entiendo. Lo que buscas no son relatos sobre mujeres, sino biografías de dakinis». Fue en ese momento cuando me di cuenta de que, siempre que una mujer alcanzaba la iluminación, se daba por hecho que debía haber sido una dakini especial (la encarnación femenina de la sabiduría) y no una mujer corriente, pues esta última nunca podría iluminarse. De hecho, en tibetano, la palabra mujer significa «nacimiento inferior».

Finalmente, las historias que logré encontrar me llenaron de fuerza e inspiración. Además, la investigación despertó en mí una conciencia más amplia de la mujer y las dificultades que afronta en todo el mundo. Creo que el restablecimiento del equilibrio entre géneros que está teniendo lugar en estos momentos es, posiblemente, el mayor logro del siglo, y ha sido realmente conmovedor ver cómo este movimiento progresa de diversas formas por todo el planeta. No obstante, aunque en algunos países se están revolucionando las viejas convenciones, en otros se están produciendo represiones reaccionarias.

Los derechos de la mujer, su libertad, seguridad y protección son vitales para la supervivencia de la especie humana. ¿Cómo podríamos ser capaces de prosperar si las voces de la mitad de la población no se escuchan ni se valoran? Voces de mujeres que, en su inmensa mayoría, han defendido la no violencia, la paz y la protección de esta tierra a lo largo de la historia. A pesar de que muchos países han puesto en marcha políticas nacionales coherentes en favor de la protección y los derechos de la mujer, y que también se están tomando medidas a nivel internacional, resulta evidente que aún existen obstáculos que impiden acabar con la violencia y la discriminación, así como lograr la igualdad de género. De hecho, recientes estadísticas demuestran que dos tercios de la población adulta analfabeta son mujeres, y las tendencias decrecientes se han intensificado debido a la reciente crisis global de carácter económico y social.

A pesar de esto, durante los últimos años se ha generado un movimiento que busca la igualdad de género dentro del budismo. De hecho, el Dalai Lama ha estado haciendo cada vez más y más hincapié en la importancia de contar con mujeres en puestos de liderazgo, dentro de los gobiernos, para hacer que la paz en este mundo sea posible. A su vez, el Decimoséptimo Karmapa ha prometido hacer todo lo posible por reinstaurar la ordenación completa de mujeres en el budismo Vajrayana; así mismo, en la tradición Theravada ya se ha restablecido.

En una conferencia del Dalai Lama para maestros budistas de Occidente, las mujeres llenaron más de la mitad de la sala. Hoy en día, más que nunca, cuando miramos a nuestro alrededor podemos observar una mayor presencia de mujeres en posiciones de liderazgo dentro del budismo, pero aún queda un largo camino por recorrer.

El 22 de Julio de 2010 perdí a mi marido, David Petit, con quien estuve casada durante veintidós años.  David tuvo una muerte especial, seguida de buenos presagios, pero aun así, el hecho de que falleciera de forma repentina a los cincuenta y cuatro años fue un duro golpe. Abatida, me pregunté si sería capaz de escribir esta reflexión, pero mientras le daba vueltas, me di cuenta de lo importante que era expresar el aprecio y la profunda gratitud que siento por lo masculino dentro de la lucha por la igualdad de género en el budismo. David era la encarnación de una poderosa fuerza masculina que, durante los últimos diecisiete años, hizo posible que Tara Mandala se hiciese realidad poco a poco; desde las primeras cabañas y tiendas de campaña, pasando por el espacio comunitario, el edificio residencial y, finalmente, el precioso Templo Tara (Tara Temple). Estuvo junto a mí contra viento y marea, desde el desafío que supuso la creación del centro, hasta los ataques contra mi persona por ser «demasiado feminista» y, en consecuencia, por «no comprender la no dualidad»; me apoyó cuando me enfrenté a la explotación sexual de mujeres por parte de sus maestros y también protegió a las mujeres que acudieron a Tara Mandala.

Ahora, tras su fallecimiento, me doy cuenta más que nunca del papel que juega la energía positiva masculina de cara al equilibrio de nuestro mundo y de lo importante que es la colaboración desde el más profundo respeto a la hora de asentar el budismo en Occidente; no sólo en las relaciones de pareja, sino también con nuestros amigos, familiares, profesores, estudiantes y dentro de la sangha. Considero importante reconocer y valorar a los hombres que participan activamente por traer la igualdad y el equilibrio al mundo budista, así como honrar a las mujeres que han luchado y se han sacrificado por este propósito.

La verdad absoluta sobre la vacuidad del género y la verdad relativa acerca de una históricamente incuestionable actitud misógina en el budismo son dos caras de la misma moneda en la historia de Tara. Su compromiso último de alcanzar la iluminación y regresar siempre en forma de mujer demuestra su comprensión de la realidad absoluta y la consecuente necesidad de que la mujer sea valorada y tratada en pie de igualdad dentro del budismo.


Lama Tsultrim Allione se ha enfrentado al sexismo y a un considerable número de desafíos desde que fuera ordenada monja hace casi cinco décadas. Durante todo este tiempo, el juramento de Tara, de obrar por el beneficio de todos los seres en un cuerpo de mujer, ha sido su fuente de inspiración y guía.

Traducción al español de Diego Medina.